Todo se cae, en todas partes, al mismo tiempo. Si miramos hacia afuera, vemos como caen gobiernos de derecha y de izquierda. Caen cuerpos en guerras absurdas. Cuerpos adultos, cuerpos que apenas nacen. Caen teorías y esquemas. Caen edificios enteros, árboles en medio del bosque, estructuras antiguas se desploman en segundos. Caen cuadros en un terremoto, mentiras políticas y también caen pájaros muertos en la calle, en el mar, en la tierra. Caen imperios, cuerpos de brujas, curas pedófilos, aviones, dictaduras. Caen flores. Cae lluvia.
Si observamos un poco más adentro, vemos caer a madres rendidas del cansancio en la cama al final del día. Escuchamos el estruendo que hace la caída de la hombría de quiénes creían ser grandes y perfectos. Vemos caer los números en medio de una crisis, retazos de un techo viejo, hojas del otoño desde muy, muy arriba. Vemos caer a niños que aprenden a caminar, a señoras que destrozan sus caderas en un torpe movimiento; vemos caer las persianas de los negocios que cierran cuando creíamos llegar a tiempo para comprar aquello que faltaba.
Y si prestamos un poco más de atención aún, sentimos caer alguna máscara que llevamos hace tiempo y no queremos más. Estructuras que nos acompañan desde siempre y hoy no sirven para nada. Con ellas caen algunos planes, ideales que sosteníamos, sueños que no queremos realizar. Tratos que no queremos soportar, lazos que ansiamos cortar.
Caen los gustos, porque cambiamos nosotros. Caen las palabras que cuando se dicen, nadie las está escuchando. Cae el dolor para transformarse; quizás en piedra, quizás en oro. Todo el tiempo, en todas partes, se están cayendo cosas. El entusiasmo, el amor, las expectativas. Se cae lo que pendía de un hilo, como caen también meteoros, estrellas, polvo galáctico. Cae la ropa en la intimidad, las lágrimas que no pueden retenerse más, el pelo, las uñas, las ganas.
Podemos decir que en cada caída vamos perdiendo algo.
Podemos querer que ya nada se caiga.
Podemos apretar fuerte las manos, cerrar intensamente los ojos y desear que todo de una vez por todas, se caiga.
Podemos tomar todas las caídas como una fortuna enorme para volver a empezar.
Caen las figuras que idolatramos, los maestros que mueren, la música que no se escucha. Caen los momentos que no supimos aprovechar, la oportunidad que no vimos como tal, el tiempo que ya no vuelve nunca más. Cae y nos aplasta de un modo fatal.
Pero, las semillas caen, se entierran y se convierten en robles. Nuestros sueños quizás caigan, no se realicen, pero sí se resignifiquen en una nueva experiencia. Y está bien que todo se caiga. Está bien que vayamos por la vida tropezando con rocas, equivocándonos de lugar, de persona, de carrera, de trabajo. Está bien vernos fracasar una y otra vez porque no significa otra cosa que: lo seguimos intentando. Está bien que a veces lo bueno tarde en llegar. Viendo como a otros todo se le da tan fácil. Y a otros, tan tan difícil.
Es un sube y baja. A veces una montaña rusa. Podemos intentar aguantar la caída, seguro. Pero querer que no suceda lo inevitable, hace que después el golpe sea más fuerte. También podemos dejar que las cosas fluyan y que aún así, el dolor sea mayor de lo que esperábamos. O que, sin sorpresas, todo pase casi inadvertido.
Lo cierto es que a veces vamos a tener el control y a veces no. Porque caen cajones al fondo de la tierra con gente que amamos dentro. Caen vínculos de amor o amistad que nos parten al medio. Caen batallas que quizás no fuimos nosotros los que decidimos dejar de pelear. Caen diagnósticos inesperados, noticias fulminantes, papeles legales que nos dejan en la calle. Todo se derrumba. Todo el tiempo. En todas partes. Y eso siempre nos va a hacer sufrir.
Atravesando el dolor, es importante ver lo que nos determinará siempre hacia adelante: caen gatos bien parados y no se lastiman. Cae el Sol y sale la Luna y vuelve a salir el Sol. Caen estrellas fugaces en una noche de verano y nadie sale herido. Caen los ojos de los niños agotados por la noche, y nosotros sellamos el amor con un beso. Caen relaciones que nos lastiman pero nos hacen resurgir más fuertes que nunca. Caen frutas que alimentan, caramelos de piñatas, gente en paracaídas animándose a más. Caen hojas del cielo, revoleadas por estudiantes que terminan un ciclo. Cae la harina del delantal de la abuela que prepara tortas fritas por la tarde. Cae el agua de nuestro pelo saliendo del mar.
Siempre valdrá la pena la caída. Sobre todo si después de ella, viene un buen abrazo de aquellos que van a estar siempre ahí, cayendo también un poco con nosotros.