Una de las últimas noches desperté a las 4 de la mañana porque había una alarma sonando sin parar. Di vueltas por toda la casa buscando de dónde venía, a sabiendas que había una única opción y era la tablet de alguno de mis hijos.
En la oscuridad de cada habitación intentaba buscar la luz. Algo que suelo hacer en la vida, pero con menos frío y más despierta. Hasta que debajo de un poco de ropa y una cartuchera con lápices, vi el maldito dispositivo que me había hecho levantar de la cama cuando no se lo había pedido.
Últimamente mis ojos me están jugando una mala pasada y suelo ver todo nublado durante algunas horas hasta despertarme del todo (como si el letargo de la mañana durara más que unos pocos minutos), por lo que entre lagañas y lo propio de la noche, apagué como pude todas esas alarmas que aparecían en pantalla, casi sin ver. Volví de puntas de pie a la cama y con un brrrr de frío -porque no importa la estación del año prefiero dormir con poca ropa que morir de calor bajo las frazadas- me dispuse a volver a mis sueños.
Me detuve en mis pensamientos un momento; intenté volver a aquello que estaba soñando y me di cuenta del milagro: no estaba teniendo pesadillas. Simplemente estaba en ese mundo quimérico ayudando a una amiga a abrir su propio restaurante. Algo que había sucedido en la vida real, horas antes en la cena que habíamos tenido juntas: o sea, estaba soñando con algo completamente mundano, mediocre, normal. Y nada más.
Ya sabía de esto y lo había notado hacía algunas semanas, pero el hecho de haberme despertado a mitad de la noche y que no haya sido a causa de mis pesadillas, hizo que la revelación tuviera su punto cúlmine. Los últimos años -todos- fueron de noches apocalípticas, terrores nocturnos, miedos a lo sobrenatural y largas horas de revivir cada momento con congoja hasta que desapareciera de mi mente.
Esto es algo que llevo conmigo desde que tengo memoria. Siempre fui miedosa de la noche, de los espíritus, los monstruos, los fantasmas. Pero con los años y la poca madurez que me fue invadiendo la vida, si bien lo fantástico sobrevivió y encontró un lugar en mi imaginación sin ningún tipo de problema, mis pesadillas se volvieron un sinfín de apocalipsis en donde me correspondía siempre salvar al mundo. Ya viví todos los posibles escenarios, todas las formas imaginables y no, de cómo va a terminar el planeta. Ninguna está buena de ver y menos de vivirla. Pero las pase sistemáticamente, noche tras noches, sin descanso.
Mi marido a veces se ríe por la mañana cuando en la cama me mira y me pregunta “¿a quién tuviste que salvar?” porque, horas antes, inquieta, gritaba ayuda de una forma poco entendible o me agitaba mucho más de lo normal. A veces el hecho de que me despierten funciona; otras, es en vano porque al volver a dormir, retomo desde donde dejé. Es realmente agotador.
Pero hace dos meses empecé con mi antiguo homeópata un nuevo tratamiento de hermosas plantas y un poco de sugestión y pude erradicar estos malos tragos nocturnos. Al menos por ahora. Con un médico anterior había tenido la misma suerte y la calma me duró un año, pero luego entre viajes, mudanzas y otras cuestiones, dejé de tomar los yuyos y volví al ruedo. Honestamente, no sé porqué tardé tanto en intentar sanar este tema otra vez.
Lo bueno es que mis horas de descanso cambiaron rotundamente y siento mucho la diferencia en cómo me despierto cada mañana y cómo me es un poco más fácil el día sin haber tenido que detener un tsunami con la palma de mi mano. Una de mis primas me dice siempre que la homeopatía es como una escoba que entra y barre con todo por dentro. Yo siento que toca fibras a las que es difícil llegar de otra manera y nos reconecta con esas versiones de nosotros mismos que desconocemos o escondemos, para hacer un trabajo fino de arreglos y ajustes sutiles pero profundos y hermosos.
A mi se me hizo siempre muy fácil entender de dónde venían mis sueños, el porqué, sus significados. Mi problema nunca fue comprenderlos, quizás tampoco tenía el deseo real de eliminarlos, porque era como vivir en una peli alucinante -aunque a veces terrorífica- cada noche. Pero sí se me volvieron una carga emocional difícil de sobrellevar luego en el día. Esta última noche, cuando realmente caí en la cuenta que no me estaba despertando más para dejar de soñar, pude por fin abrazar y entender la oscuridad.
No la oscuridad del entorno, de la habitación, de lo nocturno. Sino la que llevo dentro. Que es muy similar a la de cualquier otro. Darse cuenta que estar buscando la espiritualidad -todavía no la encuentro- en realidad significa atravesar la oscuridad, es bastante sanador. Poder distinguir una cosa de la otra, para ver que van de la mano, alivia la carga que llevo en el día a día: lo espiritual también es oscuridad; la búsqueda de propósito y sentido conlleva cruzar un mar oscuro, denso, revoltoso. La oscuridad, lo apocalíptico, lo inusual, forma parte de nuestra vida y lo necesitamos para avanzar.
Abrazar la oscuridad con el miedo a que nos absorba del todo; con el pánico a no reconocerse más. Abrazar lo que nos toca aprender de las partes que más nos avergüenzan, nos cuestan, nos vuelven torpes o dañinos. Poder hablar sobre ello, compartirlo, buscar apoyo o amparo en otros. Darles lugar y entidad es aceptarnos en nuestra totalidad. Así, tal cual somos.
Me pareció simbólico y casi espectacular haber pensado, completamente dormida, revolviendo la casa, que necesitaba encontrar la luz. Claro, estaba buscando la luz de una pantalla para poder apagar su ruido molesto. Pero era tan revelador: “estoy buscando en la oscuridad, para apagar los ruidos molestos, la luz”. Quizás no era ni tan importante ni tan único porque, a fin de cuentas, es esa búsqueda constante en la que todos nos vamos metiendo, a medida que vamos avanzando. Arreglando las partes rotas que tenemos; los que se animan y son valientes, buscando herramientas externas como terapia o acudiendo a la homeopatía o lo que mejor les quepa en el corazón. Los que no, quizás divagando perdidos trabados en su propia evolución. La construcción de ese camino tan corto que es la vida nos regala la capacidad de indagar: las heridas, la oscuridad, nuestra propia sabiduría, lo que nos gusta, nuestras capacidades, los dones, el amor.
Siempre me resultó liberador hablar de mis errores, mis miedos, lo que me atraviesa o me duele. Porque no hubo ni una sola vez que no haya alguien del otro lado dispuesto a contar los suyos, a sentirse identificado, a encontrar liviandad en el simple acto de expresar lo que siente. Por eso me resultó simple y brillante a la vez, en el medio de la noche, encontrar la luz, entre tanta oscuridad: mis pesadillas se habían callado, como el ruido de la alarma que silencié deslizando mi dedo en la pantalla.
Realmente creo que tenemos un poder inmenso que aún no sabemos bien cómo usarlo a nuestro favor. Realmente podríamos con un dedo (amor propio, terapia, plantas, amigos, alguna pasión, empatía, humildad) silenciar las alarmas que suenan cada día (angustias, miedos, ansiedades, postergaciones) si logramos abrazar por igual la luz y la oscuridad para transitar más en calma este mundo caótico y apocalíptico.
Seguramente llegarán más y nuevas pesadillas, lo sé, con seguridad. Y, como siempre, seguiré buscando la Luz.
Me estaba preguntando si andabas bien porque no te veía acá ni en Ig.... andas bien?
Me hiciste acordar el último sueño que tuve que me empezaba a angustiarme... perdí la cartera y no la encontraba.... en un momento me paré y me dije,: tranquila, es un sueño y la seguí buscando...
Suelo tener sueños feos que después no recuerdo, sólo viene a mi memoria que quería gritar y no podía, una sensación horrible...
El tema de la luz y la oscuridad es tan antiguo que se repite en nosotros, la lucha es casi interminable entre ellas...
Tendría que buscar unos escritos sobre este tema para compartirtelos...
Siempre que te leo escucho tu voz...
Y como pusiste con mayúsculas Luz, a ella siempre la vas a encontrar...
Cada día la encuentro.....